OTRA REALIDAD PARA AMÉRICA LATINA

Por Rocco Carbone y Leonardo Eiff *

Sospechamos que murió una parte de ese Jano que logró llevar –y que sigue haciéndolo, siempre un poco más– a la Argentina más cerca de lo justo. Que recuperó la soberanía nacional. Que le devolvió el orgullo a una porción de los argentinos que en los ’90 se había caído del mapa; a los que quisieron y pudieron leer este mensaje. El hombre que le arrebató con una saludable violencia la política al mercado. Y la resemantizó.
Quien reconstruyó la confianza de una parte significativa del pueblo argentino hacia la política (la práctica política). Y en la tentativa de definir un espacio político para el Frente para la Victoria, la cuestión más espinosa que abordó y supo solucionar fue la de reconstruir un imaginario colectivo nacional y popular que logró nexar con la mejor tradición emancipatoria del peronismo.

Unos de los relatos ideológicos más pregnantes de la Argentina moderna es el que hace de ella una isla europea en América latina, imaginario que vuelve una y otra vez con la cadencia de una ola. La última tuvo lugar en el menemato. Allí, convertibilidad mediante, la Argentina neoliberal se pensó de Primer Mundo. La crisis de 2001 mostró dramáticamente la falsedad de ese proyecto histórico –con el que se identificaron siempre las clases dominantes– y arrojó al país a la intemperie identitaria, al desierto de su realidad latinoamericana. Kirchner emergió después de ese trágico réquiem y sugirió con una serie de ademanes la posibilidad de otro país, que rompa amarras con su falso europeísmo anclándose en el continente americano. Su virtud fue reponer la política nacional –con sus inevitables conflictos– en un renovado contexto latinoamericano. Por eso se nos hace evidente sostener que, luego de la presidencia crítica –en el mejor sentido de la palabra– de Duhalde, fue Kirchner quien sacó a flote a la Argentina haciéndola emerger del Maelstrom en el que la habían hundido los privatizadores, títeres poseídos por las recetas del FMI –que junto con las bancas centrales y la internacional les impone esas mismas recetas a los gobiernos europeos hoy en día—, los fanáticos de la más que ilusoria paridad dólar-peso, los apólogos del mercado que pretendían llegar a un “Estado cero”. Y justamente ese Estado igual a cero recuperó Kirchner. Fue él quien resituó al Estado llevando los gritos emancipatorios de aquel diciembre al seno de las instituciones públicas, al centro de la vida política nacional. Estabilizó el país, abrió un nuevo surco económico con medidas heterodoxas resistidas tanto desde Washington como desde Bruselas, que dirigían sus sopapos en contra de los irresponsables populistas latinoamericanos.

Kirchner trabajó por la ampliación del Mercosur, resquebrajando (cuando no rompiendo) la alianza que la Argentina de Menem –como el Brasil de Cardoso, el Perú de Fujimori, la Bolivia de Sánchez de Lozada, el Venezuela de Caldera– había construido con los Estados Unidos; alianza que Di Tella había definido como “relación carnal”. Supo entrelazar relaciones con Lula, Chávez, Evo, Correa, Lugo, Mujica para fomentar una unidad latinoamericana, una integración regional y en sincronía para frenar los derrapes de la dictadura financiera. El nuevo eje político latinoamericano es una categórica realidad emergente, menos chantajeable, con una recuperada iniciativa y autonomía en el terreno económico y financiero, nexado con los protagonistas de la nueva realidad multipolar. La Unasur le debe mucho a Kirchner, en este sentido.

Aquellos que no supieron leer esta realidad política hoy no lo echan de menos. La nueva burguesía agroexportadora, los milicos de la dictadura última, ya sin impunidad y finalmente sentados frente a un tribunal. Y, sobre todo, los opositores políticos a izquierda y a derecha. Los primeros, encerrados en las consabidas retóricas, sólo vieron continuidad; los segundos apelaron a los clásicos llamados al orden, al consenso, algunos llegando a ver una dictadura en ciernes conjeturaron su final haciendo espejo con Ceaucescu. Vestidos con los ropajes democráticos produjeron una tétrica novedad: una alternativa conservadora que parlotea con el lenguaje de las izquierdas. Esa extraña mixtura es también un legado de Kirchner. En definitiva, Kirchner ha conseguido un triunfo político-cultural. Logró situar en la agenda política del movimiento peronista temas, palabras clave, mensajes políticos que parecían haber caído en el olvido. Amplió el campo de lo posible porque no se limitó a dar respuestas a las esperables demandas de un país recientemente devastado, sino que propuso otra política (a veces sin lenguajes acordes) que no era la esperable. Lo inesperado fue su marca. No había allí leyes de la historia. Su horizonte fue la coyuntura. Creador de coyunturas, eso fue. Y ése –sabemos– es el distintivo de la práctica política. Se le achacó una escasa visión de país (de largo plazo, decían), pero él hizo visibles otros caminos antes obturados; con su arte de lo imprevisible trajo al presente todas las posibilidades (discutimos la renta agraria, petrolera, la distribución del ingreso, el papel de los medios, la izquierda y la derecha, los restos de lo nacional-popular, el lugar de los intelectuales). Se lo acusó de poner a la sociedad en reversa atormentándola con su tenebroso pasado, obturándole así el camino del futuro. Pero en realidad no hubo tal cosa. El kirchnerismo transformó todo en presente (el pasado y el futuro). Decimos: en un problema de coyuntura. Actual. Y así tuvimos la sensación de que todo podía rehacerse. Eso, justamente, es lo que no le perdonaron los grupos hegemónicos: que les haya arrebatado las seguridades de su futuro.

Entroncados con una vieja tradición latinoamericana que convoca a inventar el futuro, estos años kirchneristas fueron perfilándose. O inventamos o erramos. Como aquel que habló de creación heroica (ni calco ni copia), el legado más preciado de Kirchner parece ser éste: la chance de inventar otra realidad.

* Carbone dirige el Centro Cultural de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Eiff es ensayista e investigadorde la UNGS.

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