Por Jorge Rivas *
* Diputado nacional, titular de Unidad Socialista para la Victoria.
Publicado en Página12
Estaba en La Habana cuando murió Néstor Kirchner. Uno de los médicos cubanos con los que trabajaba en mi rehabilitación me dio la noticia, consternado, al mediodía del 27 de octubre, un mediodía de sol fulminante. La primera sensación que recuerdo haber experimentado fue la de incredulidad. Con el correr de los minutos, la incredulidad le fue dejando lugar al dolor y a la angustia. Dolor por varios motivos, tanto personales como políticos.
Entre los personales, la pérdida de un hombre por el que sentía un
gran afecto. Entre los políticos, la desaparición física de uno de los
dirigentes más importantes de nuestra historia, y sin lugar a dudas el
más importante de esta etapa, al extremo de que hay un antes y un
después de la presidencia de Kirchner. Y angustia, por fin, porque
confieso que presagiaba un futuro político de fuertes turbulencias, como
consecuencia del vacío que su ausencia habría de producir. Pero me
equivoqué. La enorme fortaleza y la capacidad de liderazgo de Cristina
Fernández, rodeada como estuvo por una masiva movilización popular,
lograrían no sólo sostener el proyecto popular sino también
profundizarlo.
Con Kirchner ya me había equivocado una vez. Cuando asumió la presidencia, en 2003, su discurso me impresionó. Recuerdo que un compañero me preguntó qué me había parecido, y que le respondí: “Si este tipo hace la mitad de las cosas que dijo, nos tenemos que ir a casa”. Pero no creí que las hiciera. Confieso que un poco por prejuicios acerca del lugar político de donde provenía, un poco por cierto dogmatismo impregnado en mi tradición ideológica, me mantuve inicialmente en la oposición. Una oposición que pretendía ser de izquierda.
Sin embargo, a medida que su gobierno desmontaba la protección
judicial y política a los represores, reformaba democráticamente la
Corte Suprema, reinstalaba al Estado como generador de igualdad y de
derechos, recuperaba independencia frente a los organismos financieros
internacionales, entendí cada vez con más claridad que ese tipo sí se
proponía hacer lo que había dicho que haría. Felizmente, no me fui a mi
casa. Me acerqué a la de él, y él me abrió la puerta.
Entonces lo conocí personalmente, en la Casa de Gobierno. Me
impresionó la pasión que transmitía cuando hablaba de política; era como
si para él se detuviera el tiempo. Tenía una gran claridad para señalar
los obstáculos que había que superar si se pretendía construir una
democracia avanzada, y lo obsesionaba la idea de conformar una fuerza
política plural que no conociera de fronteras ideológicas y reuniera en
un solo bloque a todo el campo popular, consciente como estaba de que la
fragmentación de ese campo sólo era funcional a la derecha.
Estaba convencido de que la aplicación de las políticas neoliberales
en los noventa había tenido efectos devastadores sobre la política en
general y sobre los partidos tradicionales en particular, y tenía una
clara percepción de la coyuntura histórica, que pretendía aprovechar al
máximo para cambiar la matriz distributiva. Era un hombre de buen humor,
y su trato era tan campechano que lo hacía olvidar a uno que estaba
frente al presidente de la República.
Como su vicejefe de Gabinete comprobé la certeza de sus
diagnósticos, su convicción para llevar adelante el proyecto que
alentaba, su enorme capacidad de trabajo. Desde el momento en el que
sufrí el ataque que me provocó el daño físico del que aún trabajo para
recuperarme, sentí su afecto y su solidaridad sin límites.
Kirchner fue un gran presidente y un gran dirigente fuera de la
Presidencia. El hecho de que yo estuviera en Cuba cuando murió me
permitió entender también la dimensión política que había adquirido
fuera del país. Allí, en La Habana, como en toda América latina, se lo
despidió con enormes pena y respeto. La Argentina, qué duda cabe, ya no
va a ser el mismo país que era antes de su llegada al gobierno.
Es que lo que ha cambiado en estos ocho años no son solamente las
cifras de pobreza y desempleo, aunque la disminución de ambas es de una
importancia que no se puede exagerar, ni el volumen de la deuda externa,
ni el alineamiento internacional, ni la legislación sobre medios y
sobre derechos de las minorías. Lo que ha cambiado es la idea que la
mayoría de la población tiene acerca de sus posibilidades, acerca del
futuro, acerca de cómo quiere que sea el país en el que vive y en el que
van a crecer sus hijos. Como dijo la Presidenta la noche de la victoria
electoral, por primera vez los argentinos podemos pensar a mediano y
largo plazo.
También en la contundencia del resultado del último domingo, sin que
esto reste ningún mérito a Cristina Fernández, estuvo presente la
impronta política de Néstor Kirchner. Como le escuché decir a alguien,
por ahí, con acento futbolero, entre tantos festejos, aun ahora, un año
después, medio gol es de Néstor.
* Diputado nacional, titular de Unidad Socialista para la Victoria.
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